Williamescos

Sitio de los Williamescos: Compañeros de Generación de los años 50 del Colegio Williams en la Ciudad de México. La base de este grupo de muchachos de la tercera juventud es quienes cursamos el 1ro de primaria en 1951 y salimos en 3ro de secundaria de 1959. Desde entonces nos hemos venido reuniendo regularmente sin faltar un solo año. Este sitio es para tratar los temas de la amistad, las raíces compartidas, y el afecto por la escuela que ayudó a forjarnos.

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jueves, 21 de noviembre de 2019

Aniversario “60” Años de Haber Salido del Williams

El martes 19 de noviembre del 2019 cumplimos 60 años de haber salido de nuestra Alma Mater, el Colegio Williams, en la calle de Empresa 8, Mixcoac, Delegación Benito Juárez, Ciudad de México, lo que antes era la casa de campo de José Yves Limantour, Ministro de Hacienda de Porfirio Díaz. La celebración la dividimos en dos tiempos: primero iríamos al Williams donde pasamos la primaria y secundaria para sacarnos fotografías en los lugares emblemáticos de nuestra escuela y saludar a los directivos con los que hemos mantenido una firme amistad, y segundo, refugiarnos a comer en el restaurante la Mansión de San Jerónimo.

Llegamos a la escuela 14 Willis, siendo recibidos afectuosamente por (1) Juan Camilo Williams, (2) nuestro amigo y contemporáneo, el latoso de Dumbo, Arturo Williams, y (3) Karen Blum, sobrina de Gustavo Aguirre Blum, compañero nuestro quien recientemente se nos fue. La bienvenida fue de abrazos, apapachos y besos.

Estuvimos presentes los siguientes Willis: Abelardo Castañeda Velasco, Enrique Castillo Pesado, Fernando Hidalgo y Terán Serralde, Ignacio García Téllez Madrazo, Jesús Pontones Llarena, Jesús S. Goyeneche, José Rodríguez Iglesias, Juan Limón Ariza, Luís Gutierrez Poucel, Luis Cristino Valenzuela Colín, Manuel Riestra Cano, Miguel Ángel Barrientos Alduncin, Salvador Robles Uribe y William Wood Sánchez.

Juan Camilo nos guío por los laberintos del nuevo sótano del Castillo descubierto recientemente cuando le daban mantenimiento al espacio que nosotros conocíamos, donde estaban las mesas de billar. Los trabajadores notaron en una de las paredes, donde se había caído el yeso, que había una entrada encubierta, por lo que Juan Camilo ordenó que se abriera, llevándose la sorpresa de que el sótano continuaba y continuaba. De tal manera, mandó arreglar todo ese espacio oculto durante más de 100 años, convirtiéndolo en oficinas administrativas, un salón de francés y una bonita fuente decorativa. Nuestro amado Williams no cesa de regalarnos sorpresas.

Acto seguido nos sacamos fotografías en la escalinata de entrada al Castillo, las escaleras a lo que antes era la entrada al comedor (ahora la entrada a la biblioteca) y el salón morisco, la oficina del director del Colegio Williams, que para nosotros fue la dirección comandada por nuestro amado Johnny Williams y luego su hermano Charlie Williams, y ahora es la oficina de Juan Camilo Williams Muldoon, quien no solamente heredó el nombre de su bisabuelo, sino el talento y el amor a la educación de la dinastía Williams.





Al mencionar a Arturo y Juan Camilo de que habíamos elaborado una película acerca de nuestro paso por el Colegio y que la íbamos a exhibir durante la comida, nos pidieron que si la podían ver con nosotros. Por lo que traje mi computadora y la conectamos a su pantalla y vimos algunos capítulos de nuestra larga película intitulada, en línea con lo que somos, “Amaneceres y Atardeceres Williamescos”. Afortunadamente les gustó bastante el vídeo, aparte de que fue grato ver a Arturo como se emocionaba al ver a los diferentes maestros, sorprendiéndonos por su buena memoria, corrigiendonos algunos nombres y errores. De tal manera, Arturo y yo nos vamos a juntar a comer para luego revisar el video y corregir los errores que se me colaron.

Cuando recordamos a los 25 compañeros de nuestra promoción que habían fallecido, en lugar de guardarles un minuto de silencio, les dimos un minuto de aplausos.

Nuestros amigos del colegio nos prepararon un magnífico pastel con el escudo del Williams y la leyenda “120, Our Goal is the Beginning, Generación 51-59.” Caray, 120 años desde que se ignguró el Williams de los cuales he estado asociado con esta gran escuela por 70 años, sí, me oyes bien querido lector, pues entré al 1ro B en 1950 a la tierna edad de cuatro años con el Profesor Alarcón, pero por mi corta edad me hicieron repetir 1ro, pasando al 1ro A con el grupo de fieras que ves en las fotografías.


Asimismo, nos entregaron diplomas de excelencia firmados por nuestro amigo y contemporáneo el maestro Arturo Williams, quien fue director de la escuela por muchos años hasta su jubilación. Luego, Juan Camilo, su hijo y actual director, tomó la palabra y se refirió al logro de nuestra generación de haber conservado los lazos de compañerismo y amistad durante casi 70 años y que eso era orgullo para el Williams. Nosotros, ni tarde ni perezosos, le agradecimos a su papá Arturo, así como a él, sus atenciones, afecto y generosidad, destacando que los valores que aprendimos en el Colegio Williams de honorabilidad, disciplina y trabajo nos han acompañado durante el transcurso de nuestra vida familiar y profesional. Antes de partir hacia el restaurante, cantamos con profunda emoción el himno de escuela presumiendo que todavía nos había tocado aprender el himno y seguir la dirección de su autor, el maestro de canto, Áureo Serna Soni.

Aquí conviene hacer un poco de historia, después de todo, estamos hablando de varias décadas...

Nuestro grupo de los Williamescos se conoció hace 69 años, específicamente en 1951 en el Colegio Williams, en la calle de Empresa No. 8, Ciudad de México. El patio de la escuela era todo nuestro universo, una inmensa área en primaria con cancha de fútbol, de básquetbol y suficiente espacio para correr y jugar, mientras que el patio de secundaria también era enorme donde cabía fácilmente otra cancha de fútbol o de softbol, aparte había graderíos que se llenaban con nuestros padres, maestros e invitados cuando teníamos festivales deportivos. Nuestro grupo cursó primaria y secundaria, compartiendo los valores y enseñanzas que nos impartieron nuestros queridos maestros y directivos, los recuerdos de formación y las promesas de juventud. Nos conocimos en aquella edad en donde un “córtalas” era el último agravio, y un “eres mi mejor amigo” constituía uno de los mayores halagos.

En nuestro último año, 3ro de secundaria, el Colegio organizó el 19 de noviembre de 1959 la Cena de Fin de Año en el Restaurante el Cisne. El costo era de $100 por persona (correspondientes a 12,500 pesos de hoy en día). Imagínense, la colegiatura era de alrededor de $60 pesos ($7,500 a precios del 2019), por lo que varios compañeros consideraron el costo excesivo y decidieron irse al Restorán Ku Ku en Coahuila esquina con Insurgentes, por ser bueno y barato. Piensen, el pollito de leche completo costaba $15.00 ($1,875 pesos de 2019) y alimentaba a cuatro hambrientos Willis. Alrededor de 50 compañeros (de los grupos A y el B) asistieron al convive el cual fue un éxito rotundo. De tal manera, durante varios años después seguimos reuniendo a cenar en el Ku-Ku, hasta que lo cerraron, por lo que encontramos lugares alternos.

Lo notable es que, desde 1959, a pesar de que nuestro grupo de compañeros y amigos nos desperdigamos por diferentes actividades profesionales y rumbos geográficos, nos mantuvimos fieles a nuestra tradición de unión y amistad, juntándonos anualmente sin interrupción. En una ocasión solo llegamos a estar ocho, en otra llegamos al restaurante "Amanecer Ranchero" de nuestro amigo y compañero Jorge Solís Cámara, para encontrarlo cerrado porque a Jorge se le había olvidado la ocasión. No obstante, a pesar de las contrariedades, la tradición de juntarnos una vez al año ha perdurado.

Yo, Luis Emiliano Gutiérrez Santos-Poucel, salí al extranjero por espacio de 25 años a estudiar y trabajar, y fui por primera vez a una de las cenas anuales en 1998 a la Casa de Piedra, allá en Yucatán, Colonia Roma. Lo primero con lo que me topé fue con las burlas de mis amigos del Colegio... “¿A dónde te habías metido Güey?, ¿Cuándo me vas a pagar cabrón?, Oye, te pareces a Luis un compañero del Williams, pero ese era delgado y guapo.”


Al poco rato de haber llegado, ya había dejado atrás mi barniz de Maestría, Doctorado y 20 años en los organismos internacionales para volver a ser aquel chiquillo de 10 años en donde todo mi mundo era el patio de la escuela. Y la explicación es sencilla: Esa amistad temprana, auténtica por ser sin intereses, tierna por ser la primera, nos ayudó a forjar nuestro carácter y construir los puentes hacia un futuro incierto, por lo que compartimos bases y valores comunes. Esa amistad ha sido la fuerza motriz de nuestras reuniones.

Inclusive, algunos de nosotros empezamos a reunirnos a comer el primer martes de cada mes. De manera espontánea, los Willis Felipe Diez Martínez, Anthony Smith y Marco Antonio Sordo se juntaron a comer en el Restorán Casa de Castilla. Cayó la casualidad de que era un martes. Los platillos y la charla fueron tan agradables, que quedaron de volverse a reunir el primer martes del mes siguiente. Poco a poco, empezaron a asistir los otros Williamescos. Actualmente nos estamos juntando un promedio de 20 compañeros de la promoción 1951-59.

Así es que, conforme se acercaba la emblemática fecha del 19 de noviembre de 2019, año en el que cumplíamos 60 años de haber salido del Colegio Williams y 69 años de habernos conocido, nos preocupamos por organizar una celebración especial. Teníamos que hace algo sensacional para conmemorar nuestro aniversario, algo mejor que nuestro aniversario 50 que organizamos en el 2009. A tal fin, creamos un “petit comité” constituido por Chucho Pontones, Miguel Angel Barrientos, y un servidor.

Pero entre más discutíamos y proponíamos, más caíamos en cuenta que cada vez que nos juntamos, independientemente del lugar y ocasión, nos la pasábamos muy bien. Caímos en cuenta que no necesitamos hacer nada del otro mundo: Con tan solo juntarnos y ser nosotros, tendríamos una reunión sensacional. No había que preocuparse.

Finalmente salimos de nuestra alma Mater en dirección a la comilona en La Mansión de San Jerónimo. Al llegar, nos encontramos con la sorpresa de que la mitad de los Willis que nos acompañaron al Colegio no asistieron a la comida. Sin embargo, encontramos cuatro nuevas caras que no habían ido al Williams, pero que se presentaron a comer con nosotros: Gustavo Castillo, Jorge Stahl, Francisco Gutiérrez y Rodolfo Vega. Los que sí asistieron al Williams y luego a la Mansión fueron Abelardo Castañeda, Ignacio García Téllez, Jesús Goyeneche, José Rodríguez, Manuel Riestra, Miguel Angel Barrientos, y un servidor, Luis Gutiérrez. De tal manera, que estábamos presentes 11 Willis para compartir el pan y la sal de la mesa y celebrar 69 años de conocernos, o como me dijo Salvador en alguna ocasión, “69 años de aguantarnos”.

Dentro de los momentos memorables que vale la pena mencionar, está el milagro de que finalmente los técnicos del restaurante pudieron arreglar su pantalla para exhibir nuestra película del recuerdo. Así es que mientras nos refrescábamos el gaznate, con unas magníficas botellas de vino, vimos el resto de la película “Amaneceres y Atardeceres Williamescos”... que buena película, la recomendamos ampliamente,

Tenemos que mencionar el hecho de que ésta fue una de las pocas reuniones anuales en las que no estuvieron presentes cuatro asiduos regulares, dos porque se nos fueron antes de tiempo, Carlos Castellanos y Munir Chalela, y dos porque desgraciadamente estaban indispuestos, Felipe Diez Martínez y Marco Antonio Sordo, a quienes les enviamos un afectuoso saludo y nuestros deseos de pronta recuperación.

Yo me senté en medio de Manuel Riestra y Jorge Stahl, en otras palabras, estaba entre magnífica compañía. Manuel y yo resolvimos todos los problemas del mundo y comentamos el triste papel que le han obligado a desempeñar –el gobierno de la 4T– a nuestras fuerzas armadas, una de las instituciones más respetadas por los mexicanos. Jorge y yo hablamos de economía, familia, vinos y todo lo que se nos ocurrió. Qué fascinante ¿no? hablar y hablar por el gusto de hablar con el amigo, aunque al día siguiente no recordemos nada.

Como Rudy no paraba de fumar y Aba andaba con su tanque de oxígeno, el doctor del grupo, el General Manuel Riestra le suplicó a Rudy que ya no fumara tanto, puesto que por un lado se corría el riesgo de que una chispa llegarán al oxígeno y se produjera un percance, y por el otro, que con tanto humo le costaba trabajo respirar a nuestro enfermito. Rudy, con ganas de acomodar la solicitud de Manuel, le respondió: “por eso me siento lo más lejos de él, porque si llega a estallar a mí no me pasa nada. Y para restregar la súplica de nuestro general, José Rodríguez prendió su propio cigarro. Qué bueno que nuestro general ya no está en funciones, de lo contrario los hubiera mandado a fusilar ipso facto a los dos.

Entre plática, chascarrillos y discusiones los Willis empezaron a retirarse poco a poco a sus casas. Yo, con la organización, actualización de la película, llevar el equipo de video, coordinarme con Karen y su asistente Laura, estaba algo cansado, por lo que me retiré a hora temprana, a las ocho P.M, afortunadamente se quedaron dirimiendo, disfrutando y degustando más copas de alcohol, Jorge Stahl, Jesús pontones, Francisco Gutiérrez y por supuesto Rudy Vega… O sea que la celebración se extendió hasta otro amanecer Williamesco.

Mis queridos Willis, la celebración de nuestros 60 años en dos tiempos estuvo sensacional, fue enorme. Hicimos nuevos recuerdos –memoria de la buena– del evento. Qué pena que muchos no pudieron asistir. Ahora, hay que hacer el esfuerzo de cuidarnos para ver si llegamos a la celebración de los setentas, por lo menos cuídense lo suficiente para llegar a la celebración de los 65 años de haber salido del Williams.

¡Abur, ahoy y Salud!



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